domingo, 16 de septiembre de 2018

UAP

Estoy lleno de vida. Ayer jugué pelota con algunos colegas de Alas Peruanas. Ganamos y ganamos.Nos invitaron guatia, cervecitas, y todo fue saboreado con mucho agrado. Corrimos como niños por el campo deportivo. Hicimos muchos goles y gritábamos sin ton ni son. Fue una tarde muy sensual, llena de gritos y saltos alegres. ¡Qué hermosa es la vida cuando la quieres disfrutar! 

domingo, 9 de septiembre de 2018

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La cabeza pequeña de mi abuelo se perdía entre sus anchos hombros. Su contextura era gruesa. No era tan alto, pero su voz gruesa e impositiva daba mucho miedo. Todo animal que criaba era de raza. Chanchos grandazos que parecían burros. Los perros gran danés asustaban a los clientes que llegaban a comprar mondonguito a su pareja doña Eudoviges. Era una mujer callada, y todo lo que el abuelo decía la pobre mujer corría para cumplir las órdenes que don Pancho le daba.
Trabajaba como capataz de la familia Dall Orzo. Montado en un caballo blanco muy alto. Don Pancho se creía dueño de esas tierras que él cuidaba. No permitía que nadie cruzara por eso lares. Algunos le decían El diablo, por su maldad.
-          Señores, es mi trabajo y yo lo cuido, por eso me pagan. Ni ustedes ni mis familiares van a impedir que cumpla con mis deberes. Ya saben, carajo. Nadie me va a venir a joder…
Un día el mar embraveció, y los pescadores artesanales no podían ni debían salir a pescar. En el muelle los estibadores y lancheros tampoco trabajaron. Los trabajadores se pusieron a tomar chicha y se emborracharon. Al día siguiente, el mar seguía bravo y los lancheros y estibadores seguían bebiendo chicha, pero ahora la fiaban. Los jóvenes nos dedicábamos a ir al colegio y, por la tarde, a jugar pelota.
Pasaron así tres días y las madres de familia ya estaban preocupadas porque escaseaba el pescado que era el sustento principal. No ingresaba dinero y sólo salía para la chicha y algunas cervezas. La situación económica estaba poniéndose color de hormiga. Ya no había pescado salado en los mulos. Los pescadores miraban desde los cerros al mar que no bajaba la marea. Los rostros estaban hinchados y con un color negro marrón.
-          Oscar, vamos a tirar atarraya a los pozos de Dallorzo.
-          Estás cojudo…mi abuelo nos mata.
-          No pasará nada…vamos le diremos que nos permita cazar unos cuantos pescaditos y nada más.
En esos pozos había mojarras, cholcoques, bagres, lifes. Peces muy apetecibles. Comer unas panquitas de lifes era para chuparse todos los dedos. Los cortaban en pedacitos. Les ponían cebollita de rabo picada. Mantequita. Ají rojo y amarillo, vinagrito de Castilla, culantrito bien verde y otros condimentos que servían para darle el gusto exquisito. Los embalaban en pancas de choclos y, sobre carbones rojos y ardientes, se cocían.
-          Vamos…llevas tu atarraya y si pasa algo, él, tu abuelo, te la devolverá.
-          Ël siempre ha dicho que no le interesan los amigos ni familiares.
Montados en sendos burros fuimos a los terrenos de Dallorzo. Alegres, bulliciosos. El sol estaba encima de nuestras cabezas, pero íbamos a pescar para traer pescadito para el almuerzo, abuelito.
-          Qué abuelito ni abuelito, fuera de aquí.
-          Soy Oscar, hijo de tu hija Inés…
-          ¡Qué Inés de mierda! –gritó el abuelo sin bajarse del caballo
-          Estas atarrayas quedan conmigo y váyanse antes que les meta el caballo…
Salimos disparados.
-          No te dije que mi abuelo era un maldito.
-          ¡Es una mierda!