domingo, 11 de noviembre de 2018

borrador de Che


-Señores, vengan por acá- nos dijo la mesera muy seria.
Nos llevó al segundo piso de la pollería. Era un lugar tranquilo, lleno de silencio y, para nosotros, una música calladita, amorosa. Nos miramos y nuestros cuerpos se juntaron porque ellos querían estar juntos.
-Abríguense con esto- nos arrojó a nuestras piernas un manto de hilo de diversos colores atractivos y con dibujos incaicos.
La cerveza estaba cantarina. La música se acercaba a nuestros oídos y nos acariciaba. Solo el rechinar del piso de madera nos hería el ambiente. Pero estábamos contentos.
-Yo no sé cómo y por qué hago esto. Jamás he bebido. Jamás he engañado a mis padres. Nunca me he alejado tantos días de mi casa y, ahora, lo hago contigo…
-Ya… ya…
- ¿No me crees, verdad?
-Sí… sí te creo…
-No sé qué me está pasando…
-Ya…ya…
-Y me da ganas de pedirte algo imposible…
-¿Qué...?
- Mejor… no…no…no
-¿No confías en mí?
-¡No..! ¡No..! No es eso…
-Ya, dime
-Mejor… ¡Abrázame!
-¿Qué?
-Que me abraces- y se arrinconó en mi hombro izquierdo.
Con mucho miedo y temeroso levanté mi brazo y lo puse sobre su hombro.
-¿Estás temblando?
-¡No..!
Recuerdas que te dije que es flaquita como rama de eucalipto. Pues estaba temblando y, ahora, no la sentía así porque quería salir volando como un cobarde. ¡Qué experiencia y qué experiencia! Ella se sentía mi dueña. Y era mi dueña. Mis nervios, mis huesos eran de ella.
-¿Puedo ir al baño?
- Claro…
En el baño, me puse a miccionar y levanté la cara. Cerré los ojos. Cuando terminé sacudí mi miembro y me di cuenta que estaba muy serio, casi preocupado. ¡Qué, carajo! Esta flaca de mierda me va a vencer. Esta anchoveta escuálida como le dice un amigo, me va a ganar. Solo eres un gran cojudo, un gran cojudo, eso eres. Levanta los hombros y déjalos caer, tres veces como dices tú. Ahora, a enfrentarse a esa flaca de mierda, a esa linda flaquita, y salga lo que salga porque así lo quiere Dios.
-Abrázame… no pasará nada malo, te lo aseguro.
Bebimos y bebimos. Cantamos y cantamos. Le cogía sus duras rodillas y de vez en cuando le pasaba mis gruesos dedos en su ombliguito tan pequeñito.
-Ahora ya les sirvo el pollo
-Señora, nosotros le avisamos, por favor…
La tarde se cargaba de oscuridad. Su aliento me acariciaba. Casi ya no se escuchaba la música y solo los dos nos acariciábamos con nuestras miradas desconcertadas. Dios, y ¿ahora qué hago? Lo que hacen los hombres cuando quieren vivir felices. Y así con su aliento caliente y sus huesos fríos, mi mano recorrió sus caderas y la manta calló al suelo. Me miró la flaquita y sonrió.
-¿Sabes lo que vas hacer?
-¡Diablos!.. Disculpa.
Levanté la manta colorida y volví a ponerla sobre nuestras piernas. Bebí apresuradamente un vaso de cerveza. Sentí que sonreía, que se burlaba…
-¡Señora..!
-¡Señora--¡
“Cuando sea profesora, seré profesora. Estudiaré y estudiaré. Me matricularé en otros cursos, volveré a matricularme, estudiaré y volveré a matricularme. No quiero ser una profesora mediocre. Viajaré. Conoceré otros mundos. Dios no me abandonará porque jamás haré daño a nadie. Si me caigo, me levanto. Y si no me caigo, me empino, sin soberbia. Ayudaré a quien merece mi ayuda. Si alguien me regala un pañuelo, yo le regalo una frazada, pero todo con amor, sí, señor. Y hoy día no voy a llorar porque esta vida mía me necesita enterita. Quiero entender que yo soy dueña de este pedazo de carne flaca, de huesos fríos, pero estoy llena de amor, de mucho amor…”


Mi hermana estudia en Bolivia, y me dice: Brujis. Es interesante. Le gusta la Medicina y eso está preocupada. Es bonita y, sabes,  es más gordita que yo.
-          ¿Y tiene tu misma naricita?
-          ¡No!- Malo…
Cuando llega de Bolivia y me pregunta sobre mis estudios y quiere saber si tengo enamorado. Aveces, me pongo rojita, y me dice:
-          ¡Ah, picaroncita..!
Me tumba sobre la cama, me hace cosquillas, se sube sobre mí y terminamos en el suelo en una sonata de risas y palmadas.
Mi madre, con su delantal blanquito, abre la puerta del dormitorio. Nos ve en el suelo, grita con una alegría de madre cariñosa. Nos paramos rápidamente y la abrazamos y la despeinamos con nuestras manitas risueñas. ¡Qué calor de hogar!

Mi hermano, es odontólogo. Recién ha abierto su estudio. Tiene pocos clientes, pero es un amor de dentista, porque aún sabiendo que necesita dinero para comprar sus libros no cobra a sus clientes que no pueden pagar a un especialista en salud.
-          Ahora yo me siento mal que esté en este estado y bebiendo con una persona muy adulta, pero yo te aprecio y me encanta estar contigo. Verdad. ¿No me crees, verdad?
Me da ganas de interrumpir esta sesión. Debo pagar la cuenta y que vaya a dormir a un hostal.  La señoa queda contenta. Nos aconseja como un familiar muy querido, y nos despide:
-          Cuídense…abríguense que hace mucho frío…

Conversamos con el dueño del hostal. Pido dos cuartos. Ella dice uno. Repito y digo dos. El propietario nos mira y se está molestando.
-          Yo pago, señorcito…entonces, hágame caso a mí…y aquí está su propina…
-          Bien…
Ingresamos al cuarto. Está frígido. Ella se arroja a la cama, desarmada y con ganas de gritar su triunfo. Se mete entre las frazadas de lana y de hilo, y me grita:
-          ¡Ven, no seas cobarde! ¡Qué te puede hacer una mujercita flaquita! Que ese chico que me viste hace algunos días cuando tú estabas esperando tu micro, ese chico fue mi enamoradito, por muy poco tiempo
-          Pero te tenía de tu manita, y estaban contentos…
-          ¡No!...¡No…!

Y comenzó a hablar y me dijo que mucho tiempo quería estar con un enamorado  que la quisiera, la apoyara, que la hiciera sentirse amada.  Que el hombre la besara sin medida hasta morir, pero que no sentía nada de nada. Se sentía vacía, y que no comprendía por qué sus amigas hablaban tanto del amor y de sus hombres, y ella no encontraba quién la quisiera o sentirte contenta y amada. Me tendí al lado de ella, y  me abrigó con las mismas frazadas que le daban calor. Su aliento no era agradable, pero sus palabras susurraban un mundo de ternura. Y me dijo que estaba buscando un hombre que la hiciera sentirse muy mujer. Y que dónde podría encontrarlo. Comenzó a llorar, sin decir palabra alguna. No sabía yo qué hacer: limpiarle sus lágrimas, decir palabras de consuelo. Me quedé callado, y la dejé con su mundo de lágrimas e impotencias.